A modo de reseña
Mi comienzo como concurrente a estos lugares fue en New Noa. El cartel, yendo hacia la costa, se leía así; pero volviendo, se leía: "Noa New". Un dato menor.
Era un boliche que había comenzado sus actividades en los años 70 en la esquina de la diagonal y la 24. Luego ese local fue el video juegos Corner y ahora es un modesto restaurante.
El New Noa de la 9 de julio, entre la 20 y la 18, era un sótano donde en el primer descanso cobraba la entrada un gordo (el dueño), que hacía a su vez de patovica y de RRPP.
Dos pobres laburantes, arruinándonos la noche
Mi primera experiencia en Noa fue una noche lluviosa de enero de 1990. Fui con un amigo de aquellos años, que me llevaba dos años, pero como era petiso, siempre me advertía: “Mirá que voy a decir que tengo once”, y así estábamos iguales. Esa noche ocurriría algo especial. Había un show. Podrán imaginar a los The Sacados, a dos falsos Roxette, un seudo M.C. Hammer. No. El show consistía en la presentación de un actor pelado, por aquellos años segundón de Carlín Calvo en Amigos son los amigos, que se presentaba con un payaso. Si, un payaso. Entonces pensamos: “Contarán algún chiste verde, dirán groserías”. O sea, lo que espera un pre-adolescente. Nada de eso. Fue de lo más aburrido. Tanto que muchos de los allí presentes, mientras el triste payaso hacía su gracia y el pelado lo festejaba, jugaban a la mancha venenosa alrededor de la pista.
El "show" terminó, creo yo, antes de lo previsto por la poca atención que se le daba. Bajaron las luces y sonó la música. La concurrencia bailó.
“Las cosas del suelo no se levantan”
Estábamos mirando cómo iban sucediéndose los acontecimientos, sentados en uno de los sillones de cuerina roto. En un momento dado, mi compañero dice asombrado: "¿Qué es eso?". Sin rodeos, tomé algo blanco con cuadrículas que estaba junto a mi pie derecho. ¿Una media? ¿Un pañuelo? No. ¡Un calzón! Si, señores. Un slip de lo más ordinario tirado al costado de la pista. Dadas las características del lugar, dedujimos que el dueño de aquella prenda no fue un muchacho deseoso de cumplir con el apasionado llamado del amor. Acordamos que fue alguien que, tal vez, en la desesperación por correr hacia el baño, quiso ahorrar tiempo y arrojar las prendas por el camino. Posiblemente, gracias al “jugo Carioca” que servían como consumición. La risa fue tal que, sumado al payaso y al pelado venido a menos, el lugar perdió todo tipo de credibilidad. Años después recordaríamos "El calzón en Noa".
Las chicas que conocimos estaban pasando sus vacaciones en Chapadmalal. Conclusión: Forget it.
Mis padres fueron a rescatarnos del antro con paraguas en mano. Al salir, mi madre lanzó una queja: “¡Qué olor a humedad tenés encima!”. Y claro, el sótano permanecía cerrado diez meses al año y contaba con litros de agua putrefacta cayendo por las paredes. Mi camisa hawaiana (…), que había estrenado ese día, parecía sacada del carro del ropavejero.
Reincidentes
No conformes con la experiencia más arriba contada, volvimos al lugar. Esta vez con una noche estrellada que hizo que más gente se acercara al sucucho.
Mi hermana, mayor que yo, estaba más impaciente que nosotros por saber qué sucedería esa noche.
Llegamos con conocimiento del campo de acción. Ya habíamos resistido una noche de perros con un olor horrendo... ¡cómo no resistir otra más!
La música y las luces daban el tinte adecuado para que los niños, víctimas de las hormonas denotadas en sus rostros deformes, conformaran el ambiente de un boliche.
Misión Noa
Había más gente, por lo tanto, al momento de los lentos había para elegir compañera. “Wound in my heart” sonó en la noche de Noa. Mientras bailaba muy respetuosamente con una joven de mi misma edad, ví a lo lejos a mi hermana que se asomaba curiosa desde la escalera de entrada. Al notar que descubrí su mirada de espionaje, escondió la cabeza en el acto y desapareció entre el tumulto. Durante días negó que fuera ella aquella a quien yo había visto, diciendo que no había salido esa noche. Pero terminó admitiendo que mi madre le dijo: “Fijate qué están haciendo”. (Como si sospechara una orgía con drogas y prostitutas provistas por el dueño del boliche).
En fin. Noa contó con nuestra presencia durante dos veranos más, hasta que lo cambiamos por otro boliche. Y un día cerró. Hoy es sólo una puerta clausurada por un anuncio de Kodak. Aquí queda el recuerdo. Quién sabe lo que habrá allí.